Después de todo, la lluvia sigue
pareciendo una mentira en el cristal
cuando se mira desde dentro,
como la necesidad de recordarte
para siempre. Y ni las ganas,
ni los versos rotos,
se merecen mis mordeduras de cera
sobre un agua que se ansía de beberte,
ni mi caudal, sobre una silla
diminuta y suficiente para el daño
que me deja apenas,
un espacio de humedad para querer;
¿quién hartó a los papeles de servir
como instrumento último de los
encantos, con la ofensa de mis tintas
como pálido triunfo y el abismo
que nos queda? ¿De mis ríos
sin tensión sobre una alfombra ridícula,
de las espumas, de lamentos que ya no insultan
con su gesto a mi conciencia? Mojada
no supones más que el alma
de un momento sumergido…
…oyéndose de fondo al vecindario:
“las cañerías sueñan porque hay versos
atascando los desagües y poca
violencia en los poemas”
w.